Y, pues, si no hay problema, ¿qué problema hay?



Ya es habitual que los encargados de mantener la prohibición de las drogas, pese a sus desastrosos resultados, trasladen la responsabilidad a la sociedad, y se quejen de que ésta no atiende sus consejos, desoye sus advertencias, y toma por mentiras sus bienintencionadas recomendaciones. Los prohibidores acaban diciendo, cada vez con mayor frecuencia, que la sociedad "ha dejado de considerar el consumo de drogas como un problema". Pues bien, si no hay problema, ¿qué problema hay?. El problema, por supuesto, es que todo el prohibicionismo se basa en la creencia de que "la Droga" es una amenaza terrible para nuestras sociedades. No sólo una actividad de riesgo más, como tantos riesgos libremente asumidos en las sociedades libres, sino de una categoría especial que justifica tomar contra ella excepcionales medidas. Para nuestros prohibidores, tanto desde el punto de vista científico, como social, como moral, el consumo de drogas es algo inaceptable. No sólo eso, la manera de tratar con el problema debe ser también indiscutible: la prohibición, el uso de jueces, policía y ejército para evitar que la gente consuma drogas ilegales, en tanto que se siguen subvencionando las legales, y cobrando impuestos de su comercio.

Es por todo esto que para el mantenimiento de la prohibición es imprescindible la `percepción eterna de que una amenaza grave nos amenaza. Esta amenaza latente, magnificada y exagerada por los prohibidores, servirá de coartada así para restringir libertades y controlar a la población.
Recordemos una vez más las proféticas palabras de Santayana, al advertir que los fanatismos tienden a redoblar sus esfuerzos precisamente en el momento en que olvidan cuales eran sus objetivos iniciales. Ahora el prohibicionsimo parece volcarse en que vuelva a haber esa percepción de problema, nuestros prohibidores se han convertido en los primeros interesados en perpetuar el problema y, así, perpetuarse a si mismos como la única solución. Si al aumentar la represión aumenta el consumo, más represión. Si disminuyen los problemas asociados al consumo de drogas, es cuestión de exagerar los existentes, sacarlos fuera de contexto, y magnificar sus consecuencias para que la gente vuelva a tener miedo de las drogas. El miedo, el recurso último de quienes no tienen razones.

Insisto: Si no hay problema, ¿qué problema hay? Nos dirán los prohibidores que lo erróneo es precisamente esa percepción, esa creencia de que existen consumos no problemáticos. Quienes quieren mantener la represión sobre los adultos consumidores de drogas, alegan que la gente no es consciente de los peligros, que tienen creencias erróneas, que sus valores son equivocados, que su moral, en definitiva, no es correcta. Desde este paternalismo pseudocientífico desdeñoso de las opiniones heterodoxas, aun cuando sean mayoritarias, los prohibidores se creen legitimados no sólo defendernos de nuestras creencias erróneas, sino que encuentran lícito dedicar dinero público en modificar nuestras percepciones, en someternos a campañas de propaganda basadas en el miedo y la desinformación. ¿Qué problema hay? Que se quedan sin trabajo. Que si no nos creemos sus historias no son más que emperadores desnudos, intentando cubrir sus vergüenzas con ropajes basados en mentiras , desconocimiento y tergiversaciones maliciosas. Todo por no reconocer su histórico fracaso. Todo por seguir imponiendo su moral caduca. Todo por seguir viviendo del cuento.