Sobre drogas, violadores virtuales y libertad de expresión

Andan los ánimos exaltados últimamente entre los veladores de la moral y las buenas costumbres. Menuda se ha armado, por ejemplo, con el caso de la Directora del Instituto Nacional de la Mujer, Míriam Tey. Breve sinopsis de lo acontecido: Resulta que, en su trabajo particular como editora, publicó un libro de un autor novel titulado "Todas putas". El escándalo ha estallado cuando, con gran indignación moral, se ha señalado que uno de los relatos, "El violador", escrito en primera persona, podría representar apología de la violación. No han servido de nada las aclaraciones respecto al carácter literario del relato y a la necesidad de leerlo en clave irónica. Aprovechando que eso dañaría al PP, socialistas y otros supuestos progresistas han organizado un linchamiento público al que se han sumado también, por no parecer apólogos de la violación y el abuso, otros sectores de la derecha.
Las pocas voces disidentes, sin apoyar ni al autor de los relatos ni su supuesta apología, han enfatizado la diferencia entre realidad y ficción, y entre lo que representa en literatura la voz del autor y la del narrador. Así, un manifiesto firmado por 120 creadores y promotores culturales expone, entre otras cosas, que la retirada del libro es "un acto de cobardía que parece dar la razón a quienes han promovido uno de los actos más represores y reaccionarios por excelencia: la censura. […] Ante la posibilidad de que lo ocurrido sea el germen de una nueva ‘caza de brujas’ al más puro estilo fascista, queremos reivindicar la libertad de expresión y de difusión de las obras creativas".
He leído el relato de la polémica, y coincido las opiniones referentes a la "incompetencia narrativa" del autor: literariamente pésimo; una provocación barata a la que no redime la calidad literaria ni el necesario valor añadido de profundidad psicológica o discursiva que nos ayude a comprender al monstruo que puede esconderse en el hombre. Si, el relato es malo, y la moral que subyace más que dudosa, pero ¿y que?. Duele tener que defender la ineptitud literaria, y más si va acompañada de misoginia fácil, pero es que resulta que nada de eso tiene que ver con el asunto en cuestión. Puede ser que la señora Tey no tenga un buen ojo literario y confunda bravuconadas de bar con finas ironías, pero de ahí a pedir su dimisión y la retirada del libro va un abismo, que se cruza con grandes dosis de engreimiento y fanatismo redentor.
Más de lo mismo: la Organización Mundial de la Salud, mezclando de nuevo lo ficticio con lo real, se queja de que los personajes en las pantallas de cine fuman demasiado, y han pedido a quienes producen las películas que den ejemplo en sus filmes. Para completar el tríptico al respecto, las noticias se complementan en el tiempo con las noticias publicadas en prensa referidas a un estudio de la Universidad Ramón Llull sobre las películas de Almodovar, y que se ha aprovechado para criticarle por presentar demasiadas referencias a las drogas, como comento con más extensión en otra señal de humo de este mismo número de la revista.
Lo que subyace tras los tres casos es que, para estos torquemadas de despacho oficial, la ficción debe ser siempre ejemplarizante y moral. Ya no tendrán cabida en las obras de arte criminales, ladrones, heroinómanos o ateos. Estos veladores de nuestra salud mental quieren educarnos a todas horas, y evitar que nuestros pobres cerebritos se vean sometidos a estímulos que podrían confundirnos, dañarnos, o sacar de nuestro interior ese monstruo oculto que espera una lectura prohibida para lanzarse a violar y a drogarse hasta caer muerto.