Prostitución, drogas, y otros delitos sin víctima


El discurso prohibicionista afirma que determinadas actividades humanas son esencialmente inmorales y que debe imponerse mediante la fuerza del estado que los ciudadanos renuncien a ellas. En todos los casos, el denominador común de estas actividades prohibidas es la busqueda del placer. Así, el uso de drogas, la prostitución o determinadas conductas sexuales heterodoxas son con frecuencia tenidas por delictivas. Pero como todas ellas hacen referencia a necesidades muy primarias de las personas, que se ven potenciadas por la prohibición, las actividades ilícitas no desaparecen sino que son relegadas al rincón oscuro del tráfico ilícito. Y ya conocemos los problemas de todo mercado negro: inseguridad, indefensión y criminalizació. Así ocurre con las prostitutas, o trabajadoras del sexo como ahora gustan de ser llamadas, relegadas a la marginalidad por una sociedad hipócrita que usa sus servicios pero no las quiere aceptar abiertamente. Como siempre, han tenido que ser los holandeses, con su tolerancia y pragmatismo habituales quienes hayan dado el paso al frente, al legalizar, como una profesión más, el comercio carnal. Sólo así, razonan, evitaremos la delincuencia, la marginalidad y la indefensión. Sólo así podrán establecerse controles sanitarios y podrá el estado ingresar impuestos con su trabajo. Así lo ven también en el parlamento catalán, donde han aprobado regular los establecimientos destinados a estos menesteres. En Madrid, una recién creada asociación de trabajadoras del sexo se manifestó pidiendo su legalización. El ministro de trabajo, Juan Carlos Aparicio, ni se lo pensó: "No es una profesión como otra cualquiera, sino la circunstancia que propicia la delincuencia y la trata de blancas". En la mirada del ministro no había compasión, sólo convicción moral. A estos integristas de la derecha les pasa con las putas lo mismo que con las drogas. Ven tan clara la inmoralidad y el pecado, que confunden causas y efectos: en realidad, es su intolerancia y fanatismo lo que mantiene la prohibición, y la prohibición la que propicia la marginalidad y la delincuencia.