Prohibido usar el propio cuerpo


Otro aspecto fundamental de nuestra tradición religiosa es el convencimiento de que nuestro cuerpo no nos pertenece, sino que es propiedad del Señor y no podemos disponer de él como nos plazca. El cristianismo ha bendecido las autoflagelaciones o el uso de cilicios como medio de purificación espiritual, porque lo que se pretende no es tanto una reverencia hacia el propio cuerpo sino impedir la búsqueda de placer corporal. La masturbación, el sexo recreativo y no procreativo, la embriaguez o la simple exhibición de ciertas partes de la anatomía, se han considerado una mancillación de un envoltorio material del que sólo somos depositarios y no propietarios

Las argumentaciones no son sólo religiosas o morales, sino científicas y sanitarias. La clase médica, como nuevos sacerdotes, dictan las normas sobre cómo puede y no puede usarse el propio cuerpo. De nuevo es necesario infligir sacrificios sobre el propio cuerpo para disfrutar de bendiciones futuras: dietas, operaciones de cirugía estética, la exaltación del deporte… Sólo los médicos pueden disponer de nuestro cuerpo para modificarlo o trasformarlo. Ellos dictarán las conductas y los comportamientos propios de una vida sana, y decidirán cuando los riesgos deben o no asumirse. Sin que los moralistas renuncien a intervenir en el debate: abortos, cambios de sexo… Será necesario recordar la canción: “…de la piel pa’ dentro mando yo. Estos son los límites de mi jurisdicción.”