¿Nuevos datos científicos contra la prohibición?

Tres nuevos estudios contribuyen a desmontar los mitos prohibicionistas, pero nadie se hace eco

En el debate sobre la prohibición o legalización del cannabis, se enarbolan a menudo desde todas las posiciones, estudios con mayor o menor base científica destinados a amplificar o a atenuar la percepción que se tiene de los riesgos asociados a su consumo. Pero abrazarse a informes científicos implica asumir que es posible llegar a las conclusiones del debate en función de los resultados de experimentos de laboratorio. Pues el debate de fondo no es si el consumo de marihuana provoca mayores o menores daños, sino de que manera se gestionan los riesgos inherentes a cualquier actividad humana: desde el paternalismo y la represión, o desde la información vivida en libertad responsable.

Pero lo cierto es que la creencia en la importancia del veredicto científico está muy implantada, y hemos delegado en la ciencia las decisiones éticas, así cuando los medios de comunicación deciden que estudios tener en cuenta, cuales desechar, cuales amplificar, o cuales desacreditar, están transmitiendo, bajo la apariencia de datos objetivos, ideología sesgada.

Un ejemplo de lo anterior lo tenemos en tres estudios recientemente publicados, y que han tenido una apenas perceptible presencia en alguna prensa escrita. En primer lugar nos encontramos con los hallazgos hechos públicos por investigadores de la Universidad de Saskatchewn, Canadá, y publicadas en el prestigioso Journal of Clinical Investigation.: según los datos dados a conocer, el consumo continuado de cannabis provocaría una capacidad extra de regeneración neuronal, especialmente focalizada en las zonas cerebrales destinadas a la memoria y los procesos cognitivos, y su uso crónico podría “favorecer la memoria, disminuir la ansiedad y mejorar el humor“. Así pues, no sólo el consumo de cannabis no destruiría neuronas, cosa ya sabida pero que aun repiten hasta la saciedad los prohibicionistas recalcitrantes, sino que podría favorecer ciertos procesos relacionados con el aprendizaje, y retrasaría procesos degenerativos.

Un segundo estudio, menos citado aun que el anterior y publicado por la Universidad de Colorado (Estados Unidos) en el Harm Reduction Journal, compara los efectos de fumar tabaco o marihuana, y concluye que el humo de la marihuana es menos cancerígeno que el del tabaco. Tras estudiar cuatro grupos de control se concluyó que el consumo de marihuana sin tabaco no incide en la aparición de tumores pulmonares, aunque sí en otras enfermedades irritativas del aparato respiratorio. Los investigadores determinaron el motivo por el que, pese a la irritación causada por la aspiración de los productos de la combustión, sin nicotina no se producen los tumores, dado que de alguna manera es esta la que predispone a las células en contacto con el humo a desarrollar el crecimiento tumoral.

Por último, un tercer estudio, encargado por el gobierno francés, y plasmado en el “Informe sobre la seguridad vial y los accidentes mortales”, determina que la incidencia del consumo de cannabis en los accidentes de circulación es practicamente nulo, aun cuando exista consumo. Estos resultados reproducen los obtenidos, con distintas metodologías, en anteriores estudios británicos, francesos, australianos y canadienses.

Los hechos constatados por estos estudios no añaden en realidad más argumentos a los que ya teníamos para pedir que nadie interfiera en el consumo voluntario de marihuana de las personas adultas, pero ayudarían a desmontar muchas de las mentiras y del alarmismo proclamados por los prohibidores de bata blanca. Es normal, pues, que apenas se haya hablado de ellos, y que se sigan pidiendo en cambio nuevas investigaciones que retrasen indefinidamente el fin de la prohibición.