Los juegos, prohibidos

Controlar el azar. En la antigüedad era lo mismo que controlar el destino y los acontecimientos. Naipes o dados, los mismos instrumentos que servían para predecir el futuro, se utilizaban también para apostar. El dinero, así, cambiaba de mano según la suerte y la pericia del jugador. Pero el juego tiene riesgos asociados. Dejar que la suerte decida sobre donde van a parar los dineros de uno, tiene su parte oscura. A veces alguien no está de acuerdo, y hay peleas. Otros tienden a hacer trampa para poner al azar de su parte. Y algunos pierden su dinero y su fortuna, una y otra vez, esperando inútilmente que un cambio en su fortuna les devuelva lo que han perdido. Así pues, las restricciones sobre los juegos de azar, tan antiguos como ellos mismos, tienen diversos objetivos: defender al jugador de su mala suerte y su tozudez; evitar disputas y trampas; y apartar a los jugadores de una ocupación ociosa y placentera que podría apartarlos de sus obligaciones. Y una motivación no menor: controlar y monopolizar los juegos de azar resulta muy rentable. Por eso los estados acostumbran a limitar las loterías, casinos y otros juegos; asegurándose previamente de sacar de ello una buena tajada. Siempre, claro está, para proteger a los ciudadanos del infierno de la ludopatía.