La evolución del discurso prohibicionista


Si bien la prohibición de las drogas se mantiene indiscutida desde hace años, lo cierto es que los argumentos utilizados para esa perpetuación han ido sufriendo modificaciones con el paso del tiempo. En ocasiones he recordado la cita de Santayana, en referencia a la implacable aplicación del prohibicionismo, aun cuando ni tan siquiera están claras sus justificaciones: “El fanatismo redobla sus esfuerzos cuando ha olvidado su motivaciones”. Sin más pretensión que la de esbozar un pequeño recorrido por el pensamiento prohibidor, quisiera subrayar algunos de los lemas y puntos estratégicos que han ido configurando la historia de la prohibición.

Los orígenes de la prohibición son conocidos: una fuerte presión moralista y religiosa que asociaba placer a pecado; unas circunstancias socioeconómicas propicias; el recelo hacia los colectivos inmigrantes en Norteamérica que consumían drogas como símbolo de identidad, etc. Pero al margen de las causas reales, subyace siempre un entramado de ideas que sirven para sustentar racionalmente la prohibición. En sus orígenes las líneas maestras eran la moral y la salud del cuerpo social. Por una parte el consumo de drogas era inmoral, por cuanto buscaba el placer y alejaba además al consumidor de tareas sociales y le hacía incumplir sus obligaciones familiares.

Desde entonces, los ideólogos del prohibicionismo en cada momento han ido revistiendo y reutilizando antiguos argumentos, mezclando siempre hasta hacerse indistinguible ciencia y moral. En España, la prohibición se ha mantenido casi siempre más por inercia histórica del prohibicionismo que por auténtica convicción de los gobernantes. De hecho el primer gobierno socialista llevó las leyes de este país hasta una de las más tolerantes en política de drogas, si bien luego se moderarían con la Ley de Seguridad Ciudadana. No fue hasta el segundo mandato de Aznar cuando la ortodoxia prohibidora volvió por sus fueros. El gobierno del PP hizo grandes esfuerzos por renovar el discurso prohibicionista. Con el apoyo remunerado de expertos en encontrar excusas para prohibir, elaboraron una estrategia destinada a aumentar la represión de los consumidores de cannabis y a silenciar las informaciones que els resultaban incómodas. Para ello contaron con el inestimable esfuerzo de científicos como Calafat, que dedicaron infructuosamente sus esfuerzos a renovar las mentiras de siempre. Afortunadamente la caida del Partido Popular parece haber borrado del mapa a estos creadores de coartadas para la represión.

Con la nueva llegada del gobierno socialista al poder y la desaparición forzada de los ideólogos del Antiguo Régimen, también el discurso prohibicionista se ha adaptado a los nuevos tiempos. Ya no se considera que ayudar a los enfermos sea malo, y el gobierno no se opondrá pues a los planes de dispensación de heroína o de cannabis, pero no han dudado en cortar cualquier posible debate que permita diferenciar entre unas drogas y otras. El mantra de Carmen Moya, delegada del Plan Nacional sobre Drogas es simple: “Ninguna droga es inocua”. Y con esta simple e insustancial declaración se despacha el debate. Un argumento que junto al grito de alarma mil veces repetido (“¡Los niños, los niños…!”), sirve de comodín para insistir en unas políticas fracasadas que ni reducen los consumos, ni garantizan las libertades personales, ni se preocupan realmente de la salud pública, dejando en manos de narcotraficantes el control de la pureza, de los precios y de los puntos de distribución de las drogas prohibidas.