En esto de las drogas, ¿qué cosas son importantes?



Conviene a veces pararse un momento a reflexionar mínimamente sobre a que cosas estamos dando importancia, a cuales no, y hasta que punto son razonables estas prioridades. En la cuestión de las drogas, las cosas se dan tan por lo general tan por sentado que a veces parece que no es necesario explicitar cuales son las preocupaciones y las prioridades. En un reciente congreso, un responsable de políticas antidroga de Castilla-La Mancha dio en el clavo al preguntar: "¿De qué debemos preocuparnos: del consumo, del uso o del abuso?". Esa es en el fondo la madre del cordero: se pretende imponer una moral apriorística para evitar cualquier consumo, teniendo la total abstinencia farmacológica como objetivo último. Pero esto, forzosamente, detrae recursos que podrían destinarse a consumos problemáticos.


Ultimamente, en lo referido a drogas, viene priorizándose en el discurso el aspecto sanitario de la cuestión, aun cuando la realidad muestra que lo que realmente merece la atención del estado es el tratamiento policial y militar. Per en el discurso sanitario, el no consumo de drogas parece una evidencia por si misma. Es la cantinela repetitiva que repite infatigable la actual delegada del Plan Nacional sobre Drogas, Carmén Moya: "No cabe hacer diferencias, porque todas las drogas son malas, todas tienen efectos nocivos." Abstinencia, pues, ante la voluntad del riesgo cero, como si el hecho mismo de vivir y de tomar decisiones no entrañase riesgos. El problema de estos planteamientos es que son inasimilables por la población, especialmente los jóvenes, a quienes las cantinelas moralistas basadas en exageraciones no acaban de convencer, lo que explica la caída en picado de las percepciones de riesgo en este sector de población.


Pero, más allá de la presunta base científica de la prohibición de las drogas es importante, y mucho, la dimensión moral de la cuestión. La repugnancia que una parte de la sociedad siente hacia las drogas ilegales, repugnancia rara vez sentida hacia el lcohol o el tabaco, va más allá de la mera creencia en la insalubridad de ciertos consumos. Es más bien el resultado de la satanización de "la Droga", como ente al que se le asignan cualidades humanes: algo maligno en si mismo, capaz de robar la voluntad de quien la usa, y de ofrecerle promesas de paraísos y placidez aun cuando sólo encontrará el infierno. Es por esto que "la Droga" debe ser perseguida, como se persigue a los violadores o asesinos. Es difícil convencer a quienes temen a la droga de manera apriorística, que, al igual que a un cuchillo, puede dársele un buen uso o un mal uso: para ellos la droga no es controlable, según la mentira propagandística que tantos millones se ha gastado la Fundación de Ayuda a la Drogadicción en difundir: "¿Conoces a alguien que controle con las drogas? Nosotros NO". Tal vez ese sea el motivo por el que nadie les crea ya, excepto los padres temerosos y las abuelitas desinformadas: ¿Con que personal debe juntarse esta gente como para no conocer a nadie que controle con las drogas? Una cosa sería que no conocieran a nadie que se drogase, ni una copita, ni un purito, nada. Ya sería raro, pero vale. Pero que sólo conozcan a consumidores descontrolados, a alcohólicos empedernidos, o a yonquis desahuciados, explica bien a las claras porque dramatizan tanto la situación. Tal vez les iría bien conocer a gente normal, de los que si controlan con las drogas. Porque, de verdad, haberlos haylos.