El LSD, prohibido


Los años sesenta. En Estados Unidos tienen lugar ciertas transformaciones sociales que incidirán profundamente en el devenir de la guerra contra las drogas. El movimiento juvenil conocido como hippismo, pacifista y antisistema, musical y utópico, asume como elemento identificativo y unificador el consumo de sustancias visionarias, principalmente la marihuana y el LSD. Por primera vez se hace una reivindicación lúdica y abierta del consumo de drogas como método de ampliar el conocimiento y como herramienta para conseguir una sociedad mejor. La imagen de jóvenes melenudos pasándose un cigarrillo de marihuana mientras corean eslóganes del tipo "Haz el amor y no la guerra", en un momento en que Estados Unidos combate en Vietnam, aparece como peligrosa para la sociedad biempensante. Al mismo tiempo, el LSD se ve en ese marco social como una comunión mística que permite trascender la violencia cotidiana. Parece claro que el peligro ahora no es que la marihuana o el LSD vuelvan a la juventud asesina, sino que les quite las ganas de matar por su país. En cualquier caso, y ése es el denominador co¬mún, corrompen a la juventud. La extensión masiva del uso de este tipo de drogas ent jóvenes de clase media lleva a modificar el cliché de "viciosos" que antes se atribuía a los consumidores. Ahora las drogas son vistas como una epidemia que se ceba en los jóvenes de la ación, enfermándolos y volviéndolos melenudos y ácratas. Pese a todo, millones de personas consumen marihuana y prueban los alucinógenos sin mayores problemas. Es en esa época cuando las cifras de consumo alcanzan las mayores cotas en la historia norteamericana: un 40% de las personas entre 18 y 21 años habían probado la marihuana y el número de arrestos por posesión de dicha sustancia pasa de 18.000 en 1965 a 188.000 en 1970. En el mundo, unos 15 millones de personas han probado ya el LSD.

Finalizada la guerra de Vietnam, las drogas que habían fomentado el pacifismo antipatriota pueden volver a ser acusadas de fomentar la violencia. En una campaña propagandística a escala nacional, similar a la que promoviera Anslinger a mediados de los años treinta, pasan a atribuirse al consumo del LSD toda serie de crímenes y suicidios.

Historias sobre jóvenes que quedan ciegos por quedarse mirando el sol, que se lanzan desde ventanas creyendo volar o que asesinan a diestro y siniestro por efectos del ácido harán que la opinión pública llegue a ver esta droga como un peligro alarmante. Así pues, un fármaco que, más allá de su uso lúdico, había sido acogido con entusiasmo por psiquiatras e investigadores, será clasificado como sustancia prohibida sin valor médico. Fin de las investigaciones.