Drogas: Usos médicos y lúdicos


Dentro del debate sobre el uso de drogas, se ha venido oficializando de facto una diferenciación, más que discutible, entre los usos médicos de las drogas y su utilización lúdica. El problema con esta distinción es doble. Por una parte las fronteras que delimitan estas categorías no son en absoluto tan nítidas como podría parecer. Además, en una cultura medicalizada como la nuestra, supone asumir que los usos médicos deben estar controlados y fiscalizados por profesionales de la medicina que pretenden monopolizar, como así lo han hecho históricamente, la administración de fármacos. El derecho a disponer de nuestro cuerpo y el derecho a la automedicación es indisociable de la lucha por la legalización de las drogas.

Y es que la clasificación entre uso médico y lúdico refiere inevitablemente a la creencia, trasmitida por curanderos, mandamases y sacerdotes a lo largo de los tiempos, de que existen unos usos de las drogas esencialmente lícitos o ilícitos. Por supuesto la utilización lícita es aquella que viene asociada a los rituales sociales, sacramentales o clínicos que han estado refrendados por estos tres poderes. La utilización individual de fármacos en el propio cuerpo es así, por definición, peligrosa, irresponsable y perseguible. Hoy son los médicos quienes pueden convertir, mediante el sacramento de la receta, una droga letal en un medicamento.

Por su parte, los usos lúdicos llegan cargados de connotaciones. Nuestra cultura judeocristiana nunca ha tenido en buena consideración el juego, el esparcimiento y el placer. Lo lúdico aparece como caprichoso, improductivo, innecesario. Así, uno de los argumentos más vacuos de la propaganda antidrogas es el siguiente: "¿Qué necesidad tiene nadie de tomar drogas para divertirse?". Si nos ponemos así, ni siquiera la diversión misma es necesaria. Y es que en ocasiones, cómo decía Sánchez Dragó en su entrevista en el anterior número de esta publicación refiriéndose a los enteógenos, " no es una cuestión de necesidad, es una cuestión de curiosidad, de investigar en la trama de la existencia". La complejidad de las motivaciones y necesidades humanas es muy superior que la que encierra esta dualidad de la que hablamos. Mucho de los usuarios de marihuana con fines medicinales refieren que, además de aliviar sus dolencias, el cannabis les permite relajarse y disfrutar mejor de la comida, la música o las conversaciones con los amigos. ¿Son estos efectos secundarios ilícitos? Así lo cree parte de la clase médica, empeñada en desacreditar y poner objeciones al uso del cannabis, precisamente por las propiedades psicoactivas que mejoran la calidad de vida de los pacientes. Esta concepción de la salud que olvida que el objetivo de una vida sana es el goce, el disfrute, la alegría y el conocimiento, no es más que una deformación fundamentalista que olvida al individuo y centra en lo anatómico y en lo patológico sus preocupaciones.

En resumen, aunque resulta inevitable entrar en el tan extendido juego de esta falaz distinción, hemos de ser conscientes de sus implicaciones en el debate respecto a la liberalización de las drogas, y en el peligro que constituyen sus connotaciones. Aceptar sin más esa distinción supone aceptar unas reglas de juego y un modelo mental que no corresponden con los valores de libertad individual frente a las tutelas impuestas. Sería bueno ir introduciendo en el debate sobre las drogas algunos elementos de duda sobre esa engañosa dualidad.