Drogas, endorfinas y libre albedrio


Son muchos los descubrimientos científicos que han ido frustrando las excesivas pretensiones de la humanidad acerca de si misma. Primero Copérnico nos contó que el hombre no habitaba en el centro del universo; luego Darwin nos reveló que veníamos del chimpancé; posteriormente Freud nos descubrió que traumas infantiles que ni recordábamos constituían fuerzas inconscientes que no podíamos controlar; y la genética nos restriega por la cara, no sólo que somos en lo esencial idénticos a un insecto, sino que además apenas podemos hacer nada contra nuestra programación genética, que determinará nuestras enfermedades y nuestros gustos, nuestras simpatías y nuestras aversiones.

Por último, la farmacología y los más recientes descubrimientos relativos al funcionamiento de la mente humana nos muestran la importancia vital de la química y las reacciones eléctricas en nuestras neuronas a la hora de explicar, justificar y aun modificar nuestro comportamiento. Los recientes avances farmacológicos para tratar la depresión o la esquizofrenia hacen difuminar todas nuestras concepciones previas sobre la cordura y la locura. Paso a paso, la visión del hombre como timonel de su destino y de su voluntad, parece haberse ido sustituyendo por una concepción neomecanicista, posiblemente más acertada, que pretende redefenir nuevos marcos de actuación de la voluntad humana. Pasó ya el tiempo de las terapias conductistas que pretendían enseñar culturalmente la manera de afrontar nuestros miedos, iras o debilidades. Es la hora del Prozac o la cocaína, del Valium o el alcohol, de, cómo decía Escohotado, "tocar el piano con nuestras neuronas". Parece lo racional: aceptar la importancia de las drogas, endógenas o exógenas, y aprender a controlarlas para aprovecharlas bien y para huir de sus riesgos. Pero, si esto es así, ¿que queda del libre albedrío, de la voluntad, de la legitimidad de pedir al hombre cuentas por sus acciones? Si quien degüella a una ancianita lo hace movido por su química cerebral, ¿es menos culpable? Si quien trata con afecto a su pareja y se relaciona con los demás con cordialidad y buen humor lo hace debido a su elevado índice de endorfinas, ¿es menos de agradecer? Quien cae en una depresión y decide no medicarse, y va deteriorando así sus relaciones afectivas y familiares, ¿es responsable de sus actos cómo el alcohólico que no se decide a pedir ayuda para su problema?

Son preguntas de difícil respuesta, pero que exigen honestidad intelectual, pues implican escarbar en algunas de las verdades que dábamos por descontadas respecto a la libertad humana. Será necesario superar las aparentes contradicciones, pero ¿es posible hacer convivir la evidencia científica de la inevitabilidad química, con un sistema ético que mantenga la voluntad y el albedrío como ejes principales de la conducta? No tengo conclusiones, aunque intuyo que, más allá de los imperativos químicos, habrá que mantener la ilusión de nuestra libertad esencial. Creer en la capacidad de elegir, aunque sólo sea para que sobreviva la ficción de que somos nosotros quienes decidimos cada mañana superar la pereza que da levantarse de la cama, o si es tan sólo una extraña e incontrolable combinación de serotoninas, dopaminas y anandamidas las que se encargan de determinar si vamos al trabajo o seguimos vagueando.

1 Comentarios:

Blogger paco. said...

la ciencia es paradojica, su coherencia depende de un dogma, dogma perfectible, pero dogma al final... yo tome tantos anti depresivos y los deje todos, probe tantas drogas que no hicieron mas que abrirme los ojos, que la realidad finalmente ¿es solo lo que nosotros ponemos en ella? o que la realidad es solo lo que la vida material nos hace sentir

4:13 a. m.  

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