“Dosis”, una palabra cargada de matices

Hay palabras tan cargadas de significados y connotaciones que vale la pena analizarlas con detalle para que nos aporten luz sobre como se interpretan, comunican y gestionan determinados problemas sociales. Así ocurre con la palabra “dosis”, en el contexto del consumo de drogas, legales o ilegales. En un sentido estricto, una dosis no es más que un termino cuantitativo, una cantidad determinada de droga que se introduce en el organismo y que, en consecuencia, define parcialmente sus efectos. Ya Hipócrates estableció que “es la dosis la que hace el veneno”, remarcando la idea de que, en función de la cantidad utilizada, lo que sirve para curar puede servir también para matar. Cuando se trata de drogas, la dosis servirá para determinar, no sólo la seguridad, sino los aspectos cualitativos de los efectos obtenidos. Es sabido que una cantidad suficiente de alcohol puede servir para desinhibir y facilitar las relaciones sociales, pero que excederla puede provocar, por el contrario depresión y apatía, e incluso violencia. Precisamente para ajustar estos matices existen las diversas formas de presentación que propician ingestas de alcohol cortas y distanciadas o, por el contrario, fuertes y concentradas.

Pero sin duda en el contexto del uso de drogas, la palabra está cargada también de ciertas connotaciones que han contribuido a mantener una percepción médica del consumo de drogas, y que ha perpetuado la idea de que las drogas, todas, tienen estrechísimos márgenes de seguridad. También el concepto “necesitar una dosis”, refuerza esta misma idea. Por otra parte vale también la pena detenerse en la utilización del número de dosis como medida para expresar una cierta cantidad de droga, normalmente decomisada. Así, podemos leer cosas como que la policía se ha incautado de 20.000 dosis de marihuana o de hachís. Más allá de la equivalencia convencional que se le quiera atribuir a cada dosis, lo cierto es que al expresarlo así se magnifica el efecto de la droga decomisada y se transmite la idea de que para consumir cannabis, pongamos por caso, es necesaria una precisa dosificación.

Se da por otra parte una diferencia radical entre el uso del concepto cuando hablamos de drogas legales o ilegales. No nos referimos a dosis nicotínicas, si bien los cigarrillos constituyen uno de los más elaborados sistemas para administrar dosis de nicotina de modo que se maximice el efecto adictivo. Tampoco nos referimos a dosis cuando hablamos de alcohol. Uno puede tomarse una cerveza o un whisky, y la equivalencia en términos de potencia alcohólica forma parte del bagaje cultural relativo al uso social del alcohol. ¿Cuántas dosis de alcohol contiene una botella de vino? ¿Cada calada de un cigarrillo es una dosis, o lo es el cigarrillo completo?

Y es que en los efectos de las drogas no sólo es importante el efecto farmacológico, sino también el entorno y las expectativas del consumidor. Por eso la forma de administrar una dosis de droga, y los rituales asociados, son también parámetros necesarios para entender los usos y los efectos. La extensión del uso de jeringuillas como medio de administración de opiáceos, propiciada por la necesaria maximización de los efectos de la droga en una situación de ilegalidad, ha tenido que ver no solo en la configuración del problema sino en la manera en como éste se percibe. En el fondo el uso interesado del concepto de dósis sólo es posible precisamente por la enorme incultura farmacológica en la que el prohibicionismo quiere perpetuarnos.