Criminalización de la marihuana y sus consumidores: punto de inflexión




(Ponencia presentada en 2002 en la Facultad de Derecho de la Universidad ed Barcelona, en el marco de las Jornadas de Criminología)


Estamos en un momento histórico que constituye un punto de inflexión en las políticas sobre cannabis. El aumento del consumo, el auge del autocultivo, y la aceptación cada vez mayoritaria de las políticas de tolerancia respecto a su uso y posesión, podrían desembocar en pocos años en una aceptación de su comercio y consumo regulado. Para entender la situación actual, repasaré brevemente el origen moral de la prohibición y la coartadas de orden legal, científico, social y religioso que se han ido construyendo históricamente para justificar la persecución de lo prohibido.

Recordatorio histórico

Aunque el origen de la prohibición del cannabis es un fenómeno complejo que se escapa del ámbito de esta presentación, es conveniente recordar algunos detalles clave: se trata de un experimento social muy reciente, de poco más de sesenta años, frente a una milenaria historia de su uso por la humanidad. Aunque la actual situación legal propicia que pensemos en términos de inevitabilidad histórica o farmacológica, conviene apuntar que en un principio las restricciones legales tuvieron objetivos económicos y morales más que sanitarios. La inclusión de la marihuana y los otros derivados del cannabis más de sesenta años en la actual prohibición globalizadora de las drogas es, sin duda, uno de los mayores despropósitos científicos y sociales de la historia de las sustancias psicoactivas. Para prohibir el cáñamo en EE.UU. tuvo que construirse durante los años treinta, de manera consciente, un complejo entramado de mentiras que ha venido manteniéndose hasta nuestros días y que culminaría entonces con la Marijuana Tax Act, de 1937, decreto con el que la marihuana quedaría de facto ilegalizada allí, pese a que los informes científicos de la época, mostraban la práctica inexistencia de problemas sanitarios o sociales relacionados con el uso del cannabis. El informe de la Indian Hemp Drugs Commission, a finales del siglo pasado; el estudio del consumo de cannabis en la Zona del Canal de Panamá, realizado por el ejercito americano entre 1916 y 1929; el ‘LaGuardia Committee Report on Marijuana’, de 1944, realizado justo inmediatamente después de la prohibición, completísimo informe referente al consumo de cannabis en la ciudad de Nueva York. Todos ellos acaban constatando lo que todos sabemos: que el consumo habitual no provoca apreciables problemas sanitarios, sociales o de escalada a drogas más fuertes, así como que no puede considerarse al cannabis como sustancia formadora de adicción.

Un factor que se repite indefectiblemente en la historia de la prohibición de las drogas consiste en asociar el uso de la sustancia en cuestión al comportamiento de determinadas minorías raciales, temidas u odiadas por el resto de la población. Así, la campaña para ilegalizar el opio tuvo como excusa el uso que de él hacían los trabajadores inmigrantes chinos, y la prohibición de la cocaína se apoyó en el racismo existente en los Estados del Sur hacia los negros, de quienes se decía que consumían la droga. De unos y otros se contaban entonces historias de terror repletas de macabros asesinatos y agresiones sexuales, atribuidas siempre a su atraso racial y a las peligrosas características de las sustancias que usaban. En el caso del cannabis, como veremos más adelante, les tocó a los inmigrantes mexicanos, asiduos fumadores de marihuana para divertirse y relajarse, hacer el papel de modelo viviente que sirviera para mostrar cuan mala y a que nefastos resultados conducía su uso. Así, se asoció su consumo de cannabis a la realización de robos, violaciones y asesinatos, se les acusó de introducirla en los colegios para envenenar a la juventud americana y se la asoció a su supuesto atraso racial. Paradójicamente, la misma planta que, en los años cuarenta convertía al parecer a los jóvenes en salvajes homicidas, fue acusada en los años 60, al ser usada por quienes protestaban contra la guerra del Vietnam, de inducir en los jóvenes un ‘pacifismo antipatriota’ y quitarles las ganas de matar por su país.

En nuestro país, una etapa muy importante para su satanización fue la década de los ochenta, con la entrada de la heroína en el mercado de las drogas ilícitas y las consecuencias trágicas en forma de sobredosis, adulteraciones y transmisión de enfermedades por compartir agujas. En esta época los poderes públicos y los sectores más conservadores de la sociedad apoyaron la identificación entre todas las drogas, usando de manera vehemente el singular para enfatizar sus males: la droga mata. La propaganda oficial se apoyó en el mito de la escalada, según la cual el consumidor de marihuana acabará indefectiblemente convirtiéndose en un yonqui. Fue la prohibición, al igualar los canales de distribución ilícitos y exagerar hasta el absurdo los peligros del cannabis, la que potenció el supuesto efecto escalada que se quería evitar. En este sentido, el ejemplo holandés, con su política de separación de mercados, consigue precisamente alejar al consumidor de marihuana, que dispone de cauces reglamentados y legales para adquirirla, de los puntos del mercado negro donde podría comprar drogas de las consideradas duras.

Tiempos de cambio

En la actualidad nos encontramos, creo, en un momento propicio para que se produzcan grandes cambios respecto al tratamiento legal y social que se da al cannabis. Estos son los algunos de los factores que definen la situación actual:

- Se parte de un importante sustrato teórico antiprohibicionista en nuestro país, con notables aportaciones al debate y la historiografía del problema de las drogas, y que ha servido para difundir en nuestro país los argumentos en contra de la prohibición.

- Se está empezando a consolidar, desde la segunda mitad de los noventa, un importante movimiento asociacionista que propugna, contra la prohibición, autocultivo. Una formula que combina el sentido práctico, la desobediencia civil, y la resistencia pacífica. De ahí el auge que en los últimos años ha tenido esta modalidad de suministro de cannabis para el autoconsumo, obteniéndose un producto de mayor calidad y libre de las adulteraciones del mercado negro. Y, además, sin enriquecer a las mafias ni a los corruptos. Indicativo de este crecimiento del cultivo de marihuana es la aparición de centenares de tiendas en toda España destinadas a ofrecer productos y semillas para que uno pueda tener, al filo de la ley, su propio abastecimiento.

- Ha resurgido el interés entre la opinión pública y los medios de comunicación hacia el uso medicinal del cannabis. Aunque sus propiedades terapéuticas eran conocidas desde hace miles de años, la eficacia de su consumo para aliviar las nauseas en los tratamientos contra el cáncer y el SIDA ha dejado patente lo injusto y cruel de una situación legal que priva a los enfermos de aquello que puede aliviarlos. Por otra parte la dificultad de definir donde acaba el uso social y donde empieza el medicinal, ha debilitado las posiciones más ortodoxamente prohibicionistas.

- Internet y la aparición de revistas especializadas, han propiciado la difusión y cohesión de los planteamientos antiprohibicionistas, y han potenciado entre los usuarios de marihuana la conciencia de grupo y las consiguientes "salidas del armario" de usuarios antes clandestinos.


Todo lo anterior nos lleva a una situación donde empieza a dudarse de la evidencia de la prohibición. Lo que antes era una verdad incuestionable, es objeto de debate y sale a la luz la debilidad de sus argumentos fundacionales. En esta situación resulta incluso difícil encontrar defensores abiertos de la prohibición que acepten debatir en foros público en igualdad de condiciones con los antiprohibicionistas. Es la situación que Lamo de Espinosa, en su muy recomendable libro "Delitos sin víctima", califica de "ambivalencia moral o hipocresía institucionalizada."

Ambivalencia moral
Cuando una conducta es tenida por viciosa, las leyes actúan por una parte para disuadir de esos comportamientos desviados y, por otra, para reforzar y mantener el código moral que las define así. Ejemplos de estas conductas pueden ser la homosexualidad, la prostitución o el consumo de drogas. Delitos sin víctima pero que se sancionan por atentar contra unas normas morales. Algunas prohibiciones se perpetúan y otras acaban desapareciendo del código moral y, finalmente, de las normas legales. Lamo de Espinosa cuenta que cuando va creciendo la duda en una sociedad sobre la evidencia de la inmoralidad de una conducta, lo que pasa a reprimirse ya no es tanto la ruptura de la norma, sino el hecho de que esa ruptura se haga pública. Se permite y tolera el vicio en privado, pero se persigue su publicidad o su apología. Pasa a ser la opinión, más que la conducta, el objeto de la persecución. La realidad existe, pero, manteniéndola escondida, no es necesario modificar el código moral y legal. Esta hipocresía tiene otra función, "permite que las violaciones de la norma no se difundan excesivamente y sean, por así decirlo, experimentadas antes de ser públicamente rechazadas o aceptadas". Las actuales políticas sobre el cannabis y su percepción social muestran que nos encontramos en esta etapa. La parte buena es que una de las salidas posibles de esta situación es que, finalmente, se acepte la normalidad de lo antes prohibido. La parte mala es que esta situación puede volverse crónica, pues se crean dos monopolios interesados en mantenerla: el de los guardianes de la moral, que pueden seguir ejerciendo como tales sin modificar sus preceptos; y el de los infractores de la norma con capacidad para mantener su vicio en privado, pues, en tanto no sean indiscretos, no se les molestará y, por tanto, no verán la necesidad de exponerse a luchar por un cambio normativo real.

Resistencia al cambio

Pese a la fragilidad de la antes monolítica prohibición, quedan, es cierto, algunos puntos importantes que sustentan aun la prohibición, y que mantienen gran parte de la fuerza que siempre han tenido entre la opinión pública:

- El proteccionismo sanitario y el énfasis en los riesgos. Se tiende a vincular la posibilidad o no de legalizar, con la definición científica de los riesgos.
- La teoría de la escalada sigue manteniendo parte de su fuerza, pero, reducido el riesgo de la heroína, costará cada vez más de sustentar, si bien los defensores de la prohibición intentan convertir ahora las drogas de síntesis en la nueva sustancia a temer.
- Los argumentos morales se encuentran ahora transmutados en un discurso de defensa de los "niños y los jóvenes" , donde la juventud se alarga hasta donde interese para mantener la tutela paternalista.
- No hay que menospreciar, como factor de resistencia al cambio, el peso de las políticas antidroga de Estados Unidos, adalid de la cruzada mundial antidrogas, y poco dispuesto a aceptar una extensión de políticas liberalizadoras respecto al uso de sustancias psicoactivas.


Por todo lo dicho, y pese a los factores de resistencia al cambio, es probable que asistamos en los años venideros a situaciones de legalización "de facto", en toda Europa, del consumo y comercio a pequeña escala de marihuana. Pese a los rápidos cambios de opinión en favor de la liberalización por parte de las jóvenes generaciones, me temo que la legalización total, asumiendo el error histórico que ha sido la prohibición, tardará en llegar.