El riesgo, la excusa perfecta para prohibir




El riesgo: hete aquí un concepto del que el prohibicionismo abusa hasta hacerle perder su auténtico sentido. La premisa oficial de los mandatarios socialistas en materia de drogas es: las drogas ilegales han de seguir siendo ilegales porque ninguna de ellas es inocua, todas tienen riesgos. El silogismo parece tan sencillo, tan enraizado en el pensamiento común de los prohibidores, que es preciso examinarlo desde sus diversos ángulos para mostrar todas las falacias que contiene.

El riesgo es en si mismo algo inherente a toda actividad humana. A diario asumimos riesgos en busca de otras compensaciones, tiempo, dinero o placer. Cada vez que subimos a un coche, que abusamos de los dulces o de la cerveza, o que optamos por practicar algún deporte, estamos intentando equilibrar, conforme a las prioridades de cada uno, los peligros con las ventajas. Lo mismo hacemos a la hora de administrar la libertad de nuestros hijos: asumimos los riesgos propios inherentes a dejar de controlarlos, a cambio de una independencia y una autonomía de carácter que les serán necesarios, precisamente, para evitar peligros futuros. Así pues, los riesgos no es algo que necesariamente queramos evitar a toda costa sino que pretendemos gestionarlos sabiamente, aunque no siempre acertemos, porque sabemos que cada vez que abandonamos algún peligro potencial, estamos abandonando probablemente también alguna ventaja posible.

Pero es que, por otra parte, resulta evidente que el hecho de que exista riesgo asociado a una actividad nunca implica, por si mismo, que dicha actividad deba prohibirse. La sociedad está constantemente gestionando riesgos sin pretender que las actividades que las generan sean abandonadas. Construimos coches más seguros, fomentamos la educación vial, y regulamos mediante normas las actividades asociadas a la conducción: pero no pretendemos que dejen de venderse coches. Otro tanto sucede con todo lo relativo a la actividad sexual: sólo los ilusos o los obispos creen que el mejor camino para evitar las enfermedades de transmisión sexual sea la abstinencia masiva de la población. Lo más sensato, dado que no parece creíble que la gente deje de practicar el sexo por los riesgos que puede entrañar, es confiar en la educación, en la información libre de prejuicios morales y en que la gente use su libertad de la mejor manera posible.

Otro tanto sucede con las drogas: examinemos el caso del alcohol: está demostrado que prohibirlo no sirve de nada. La historia nos muestra que ni se consigue reducir significativamente los consumos, ni puede evitarse la aparición de males mayores. Por otra parte sabemos como tratan el riesgo las sociedades que tienen arraigadas costumbres de consumo de alcohol: la propia tradición de consumo lleva a elaborar una serie de normas no escritas, pero fuertemente aceptados. Estas normas definen cuando está bien visto beber y cuando no, determinan en que momentos y en que condiciones el consumo de alcohol forma parte de los códigos sociales aceptados y cuando su uso se ve como una actividad propia de personas faltas de control. Del mismo modo, la sociedad genera una serie de conocimientos relativos a como tratar los problemas potenciales derivados del consumo: como se tratan las resacas, o lo conveniente que resulta “dormir la mona”.

¿Sería mucho esperar que los riesgos asociados al consumo de drogas ilegales pudiera gestionarse igual: confiando más en la educación y la información, que en la Policía y la Guardia Civil?

1 Comentarios:

Blogger TeReSa :) said...

increible! quedé encantada con tu blog! Falta gente que exterioricé ese pensamiento (más colectivo de lo que nos venden) con las palabras justas y precisas. Un placer leerte. Un abrazo,

Tere

8:43 p. m.  

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